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El próximo 26 de abril se cumplirán 20 años de la catástrofe de la central
atómica de Chornóbyl. Desde un principio, a la par de elementales acciones de seguridad y extinción de los incendios, las autoridades tendieron un telón de
seguridad y silencio, muy de acuerdo a los cánones soviéticos. De no ser que los vientos llevaron la nube radioactiva, a países de Occidente pasando por Belarus, recién entonces se activó la alarma internacional.
atómica de Chornóbyl. Desde un principio, a la par de elementales acciones de seguridad y extinción de los incendios, las autoridades tendieron un telón de
seguridad y silencio, muy de acuerdo a los cánones soviéticos. De no ser que los vientos llevaron la nube radioactiva, a países de Occidente pasando por Belarus, recién entonces se activó la alarma internacional.
El pasado mes de febrero fue presentado en Kyiv el libro de Mykola Karpan “Chornóbyl. La venganza del átomo pacífico”, producto de años de investigación del autor. La responsabilidad del personal de la planta atómica en el cuarto bloque, el 26 de abril de 1986 es uno de los “mitos” según afirma Mykola Karpan en la ocasión. Con Chornóbyl se asocian también mitos sobre la seguridad en reactores del tipo similares, sobre la verdad del juicio que se siguió a los directores de la planta y sobre las causas de la explosión del reactor. A la desmitificación de cada uno de esos mitos están dedicados los distintos capítulos de la obra.
Mykola Karpan es ingeniero en física, trabajó en Siberia en complejos nucleares defensivos; en Chornóbyl (hasta la explosión, en la sección de seguridad nuclear, luego como segundo del ingeniero principal de tecnología y seguridad); fue luego segundo del director del centro tecnológico-científico nuclear de la URSS; experto en la comisión parlamentaria creada a raíz de la catástrofe de Chornóbyl. En las primeras horas luego de la explosión del reactor, fue iniciador y ejecutor directo del análisis del estado del bloque energético destruido, imprescindible para la adopción de decisiones para la liquidación de los efectos de la explosión y la proyección de la evolución futura de la situación. Luego de la explosión del cuarto reactor y vinculado a su participación en la verificación de los otros tres reactores, junto a otros colegas siguió viviendo en la ciudad de Prypiat hasta el 4 de mayo, ubicada a dos kilómetros de la planta (el personal operativo de la misma fue evacuado el 29 de abril dos días después de evacuada la población).
De acuerdo a la investigación publicada recientemente y difundida por la agencia noticiosa UNIAN, las verdaderas causas y los verdaderos culpables de la catástrofe de Chornóbyl eran conocidos ya en julio de 1986. En el libro se publica el protocolo de la reunión del buró político del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética del 3 de julio de ese año, caratulado “secreto total”, donde consta que los partícipes de la misma, presidida por el entonces secretario general del CC del PCUS, Mykhail Gorbachov y en base al resultado de declaraciones de científicos y funcionarios, concluyeron que la causa principal de la catástrofe se debió a fallas del reactor, en particular su propensión a la “aceleración”, que según puntualizó el entonces presidente de la Academia de Ciencias de la URSS, O. Aleksandrov, “es un error del responsable científico y constructor del reactor”. Los participantes de la reunión puntualizaron que los operadores no fueron informados de todas las consecuencias que podrían derivarse ante la manifestación de la característica ya apuntada.
Asimismo, se acordó que el reactor no respondía a los actuales parámetros de seguridad, sus sistemas de protección resultaron “ineficientes” y que “la seguridad del reactor debe asegurarla la física y no las medidas operativas”.
Constan las palabras de Gorbachov: “fue puesto en marcha un reactor sin terminar”, y a la vez, “tuvo lugar un infundado abandono del análisis teórico en lo que atañe a la seguridad del reactor”. El por entonces primer ministro de la URSS Nikolay Ryzhkov expresó en la reunión, que “la avería fue una consecuencia inevitable de la suma de fallas de la política nacional en el manejo de la energía atómica”.
A pesar de estas conclusiones, el 20 de julio de 1986 fue difundido un comunicado del Politburó del CC PCUS, en el que toda la responsabilidad de lo acontecido fue puesta en el personal de la planta, a quienes acusaron de infringir normas operativas de funcionamiento del reactor.
El personal de la planta continúa bajo la presión de la injusticia. En 1986 los operadores tenían a su cargo un reactor sin los elementos técnicos de control necesarios, por cuanto los proyectistas no les proveyeron ni siquiera de los controles de reserva radioactiva, parámetro que es un elemento fundamental para la seguridad.
Mykola Karpan es ingeniero en física, trabajó en Siberia en complejos nucleares defensivos; en Chornóbyl (hasta la explosión, en la sección de seguridad nuclear, luego como segundo del ingeniero principal de tecnología y seguridad); fue luego segundo del director del centro tecnológico-científico nuclear de la URSS; experto en la comisión parlamentaria creada a raíz de la catástrofe de Chornóbyl. En las primeras horas luego de la explosión del reactor, fue iniciador y ejecutor directo del análisis del estado del bloque energético destruido, imprescindible para la adopción de decisiones para la liquidación de los efectos de la explosión y la proyección de la evolución futura de la situación. Luego de la explosión del cuarto reactor y vinculado a su participación en la verificación de los otros tres reactores, junto a otros colegas siguió viviendo en la ciudad de Prypiat hasta el 4 de mayo, ubicada a dos kilómetros de la planta (el personal operativo de la misma fue evacuado el 29 de abril dos días después de evacuada la población).
De acuerdo a la investigación publicada recientemente y difundida por la agencia noticiosa UNIAN, las verdaderas causas y los verdaderos culpables de la catástrofe de Chornóbyl eran conocidos ya en julio de 1986. En el libro se publica el protocolo de la reunión del buró político del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética del 3 de julio de ese año, caratulado “secreto total”, donde consta que los partícipes de la misma, presidida por el entonces secretario general del CC del PCUS, Mykhail Gorbachov y en base al resultado de declaraciones de científicos y funcionarios, concluyeron que la causa principal de la catástrofe se debió a fallas del reactor, en particular su propensión a la “aceleración”, que según puntualizó el entonces presidente de la Academia de Ciencias de la URSS, O. Aleksandrov, “es un error del responsable científico y constructor del reactor”. Los participantes de la reunión puntualizaron que los operadores no fueron informados de todas las consecuencias que podrían derivarse ante la manifestación de la característica ya apuntada.
Asimismo, se acordó que el reactor no respondía a los actuales parámetros de seguridad, sus sistemas de protección resultaron “ineficientes” y que “la seguridad del reactor debe asegurarla la física y no las medidas operativas”.
Constan las palabras de Gorbachov: “fue puesto en marcha un reactor sin terminar”, y a la vez, “tuvo lugar un infundado abandono del análisis teórico en lo que atañe a la seguridad del reactor”. El por entonces primer ministro de la URSS Nikolay Ryzhkov expresó en la reunión, que “la avería fue una consecuencia inevitable de la suma de fallas de la política nacional en el manejo de la energía atómica”.
A pesar de estas conclusiones, el 20 de julio de 1986 fue difundido un comunicado del Politburó del CC PCUS, en el que toda la responsabilidad de lo acontecido fue puesta en el personal de la planta, a quienes acusaron de infringir normas operativas de funcionamiento del reactor.
El personal de la planta continúa bajo la presión de la injusticia. En 1986 los operadores tenían a su cargo un reactor sin los elementos técnicos de control necesarios, por cuanto los proyectistas no les proveyeron ni siquiera de los controles de reserva radioactiva, parámetro que es un elemento fundamental para la seguridad.
La jerarquía partidaria, habiendo puesto a buen recaudo sus familias, no hesitó en silenciar la gravedad del hecho a la población y con el grave peligro de la lluvia radioactiva, en particular sobre la población infantil, desarrolló con toda pompa el tradicional desfile del 1° de mayo en las principales ciudades y en la misma Kyiv, a 100 kilómetros del epicentro de la explosión.
A partir de allí todas las acciones terminaron siendo bastante conocidas en razón de la tremenda trascendencia del hecho, pero de cualquier manera, la verdad fue manipulada o ajustada a la conveniencia del régimen.
Así como lo manifiesta Karpan en su libro, también en occidente, los centros dirigentes de la diáspora ucrania ya disponían de una visión muy cercana a la certeza que se ocultó durante años en la cúpula del CC del PC de la Unión Soviética. Con el fin de encontrar culpables se instruyó un juicio a varios directivos de la planta de Chornóbyl, el principal responsable de la construcción Victor Briukhanov fue sentenciado a diez años de cárcel. En noviembre de 1989 el “Washington Times” logró entrevistarlo en su lugar de detención y la síntesis de su exposición concluyó en que la burocracia soviética era la única responsable de la tragedia. Como apoyo a esa afirmación indicó que distintos elementos considerados muy importantes para los sistemas de seguridad no fueron provistos y se le dio a entender en su momento, que si reiteraba los reclamos, peligraba su estabilidad laboral: “Una persona no puede hacer variar el sistema laboral instaurado en la URSS y no se puede culpar a quienes pasamos a ser esclavos del sistema”.
Condenados los “culpables”, el sistema se ocupó a su vez en todos los ámbitos de relativizar la gravedad de los efectos de la radiación. Por caso, el mencionado Aleksandrov con la autoridad que le confería su alto cargo calificaba de “sicosis” y “radiofobia” las informaciones sobre los efectos que iban surgiendo en todos los seres vivos afectados o al menos las trataba de “somatizaciones”.
La verdad afecta a muchos intereses encubiertos, internos y externos, pero no difíciles de identificar: mayormente son los mismos que también relativizan lo que significó el genocidio del Holodomor (el hambre artificial) en los años 1932-33, con la tremenda cifra de entre siete a diez millones de víctimas inocentes.
A partir de allí todas las acciones terminaron siendo bastante conocidas en razón de la tremenda trascendencia del hecho, pero de cualquier manera, la verdad fue manipulada o ajustada a la conveniencia del régimen.
Así como lo manifiesta Karpan en su libro, también en occidente, los centros dirigentes de la diáspora ucrania ya disponían de una visión muy cercana a la certeza que se ocultó durante años en la cúpula del CC del PC de la Unión Soviética. Con el fin de encontrar culpables se instruyó un juicio a varios directivos de la planta de Chornóbyl, el principal responsable de la construcción Victor Briukhanov fue sentenciado a diez años de cárcel. En noviembre de 1989 el “Washington Times” logró entrevistarlo en su lugar de detención y la síntesis de su exposición concluyó en que la burocracia soviética era la única responsable de la tragedia. Como apoyo a esa afirmación indicó que distintos elementos considerados muy importantes para los sistemas de seguridad no fueron provistos y se le dio a entender en su momento, que si reiteraba los reclamos, peligraba su estabilidad laboral: “Una persona no puede hacer variar el sistema laboral instaurado en la URSS y no se puede culpar a quienes pasamos a ser esclavos del sistema”.
Condenados los “culpables”, el sistema se ocupó a su vez en todos los ámbitos de relativizar la gravedad de los efectos de la radiación. Por caso, el mencionado Aleksandrov con la autoridad que le confería su alto cargo calificaba de “sicosis” y “radiofobia” las informaciones sobre los efectos que iban surgiendo en todos los seres vivos afectados o al menos las trataba de “somatizaciones”.
La verdad afecta a muchos intereses encubiertos, internos y externos, pero no difíciles de identificar: mayormente son los mismos que también relativizan lo que significó el genocidio del Holodomor (el hambre artificial) en los años 1932-33, con la tremenda cifra de entre siete a diez millones de víctimas inocentes.
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